This article is also available in English: ‘Three Mexican Poets‘.
Cuando en 1520, Hernán Cortés escribió a Carlos V de España intentando describir la tierra nueva que había invadido, lo hizo temerosamente:
Como pudiere diré algunas cosas de las que vi, que aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros ojos las vemos, no las podemos con el entendimiento comprender.
Esa fue una de las primeras tentativas de encuentro del idioma español con México. Cinco siglos después la pregunta de Cortés aún resuena: ¿qué palabras pueden dar cuenta de este mundo? Se trata de una pregunta para los escritores que usan el español, un idioma importado de la distante Europa; pero también es una pregunta para los escritores indígenas, para las voces desplazadas por la invasión española y ahora rodeadas por una realidad crecientemente global.
Durante abril de 2010, el Poetry Translation Centre presentará a tres importantes figuras de la poesía mexicana contemporánea: David Huerta (1949) y Coral Bracho (1951), quienes escriben en español; y Víctor Terán (1958), quien escribe en zapoteco del Istmo. Cada uno de ellos ofrece una versión distinta sobre qué significa vivir en en México hoy.
La masacre de Tlatelolco
Dado que crecieron en los años sesenta, David Huerta y Coral Bracho fueron testigos de duras realidades políticas. La Revolución Cubana de 1959 ofreció esperanza de que las naciones de América Latina se emanciparían de la influencia norteamericana y de que se lograría una distribución más equitativa de los recursos. El entusiasmo por la Revolución se mezcló con un espíritu más general de optimismo y rebelión que culminó en los movimientos estudiantiles alrededor del planeta en 1968.
El 2 de octubre de 1968, al tiempo que la ciudad de México se preparaba para realizar la Olimpiada, los estudiantes que se reunían en la Plaza de las tres culturas se encontraron con militares que abrieron fuego contra ellos, un acto que causó decenas de muertos. David Huerta fue testigo de la Matanza de Tlatelolco, nombre con el que se llegó a conocer el incidente. En un poema estremecedor, “Nueve años después – un poema fechado“, Huerta regresa al incidente y a su paso por una plaza llena de cuerpos que: “estaban callados y aplastados contra su vida”.
Octavio Paz, cuya Poesía en movimiento (1966) había hecho la selección con más autoridad de la poesía mexicana reciente, renunció a su puesto diplomático en protesta ante la masacre. Con menos consideración, Paz también escribió acerca de estos hechos, en “Postdata”, como la reemergencia del derramamiento azteca de sangre en: “un ritual de expiación”. La generación que había presenciado el acontecimiento no se sintió a gusto con esta despreocupada inflación de su sufrimiento al plano simbólico. De manera consistente, Paz había llamado a que los poetas se ocupasen de la historia. Su afirmación sobre Tlatelolco sugería a los jóvenes poetas alejarse de narrativas históricas superficiales para comprender lo que habían vivido.
“Nueve años después” de David Huerta mantiene una reserva prudente respecto al significado más amplio de Tlatelolco: “Yo no quisiera hablar del tamaño de aquella tarde,/ no poner aquí adverbios, gritar o lamentarme”. De hecho, buena parte de su fuerza proviene de un recuento casi documental:
frente a los cuerpos arrasados, escupidos hacia la muerte por el ardor de la metralla:
esos cuerpos brillando, sanguíneos y recortados contra la desmenuzada luz
de la tarde.
Sin embargo, esto es más que un mero recuento de los hechos que él había presenciado. La metáfora de “escupidos”, “desmenuzada” y “ardor”, abren una ventana tanto a la violencia del suceso como a su fuerza para perturbar la memoria muchos años después. Se trata de un poema sobre un acontecimiento histórico, pero también revela las formas en que una imaginación es acechada por el suceso: “Respiraba imágenes y desde entonces todas esas imágenes me visitan en sueños”. Huerta sugiere que la historia carece de sentido, salvo que se la entienda desde la perspectiva de una respuesta humana.
Cuba
Fuera de México, el faro que la Revolución Cubana representaba, también se vería pulverizado en la transición a una nueva década. En 1971 el poeta Heberto Padilla fue arrestado y humillado públicamente en un juicio espectáculo con el cargo de ser contrarrevolucionario (una escena del juicio aparece en la película Antes que anochezca de Julian Schnabel ). Otra relato histórico había sido insuficiente. Tanto Huerta como Bracho, no obstante, se enfocaron en uno de los poetas que habían sido marginados por el régimen de Castro por su homosexualidad: José Lezama Lima. Un personaje genial (quien también aparece en la película de Schnabel dando consejos sobre los libros que hay que leer), Lezama era dado a los puros y a elaborados vuelos verbales de la imaginación. Aparte de los puros, Lezama era la antítesis de Fidel Castro, cuyas rígidas certidumbres y secas prescripciones sobre el “Hombre nuevo” de la Revolución eran intrascendentes para el poeta. Lezama propuso una poesía que era improvisadora, metafórica y barroca. En un giro que se asemeja a la fascinación de los modernistas angloamericanos por los poetas metafísicos, Lezama se orientó a una línea inspirada por un personaje del siglo XVI: Luis de Góngora y Argote. Ahí había un lenguaje que los latinoamericanos habían tomado de la España de Cortés haciéndolo suyo, apropiándoselo y exagerándolo como un fantástico “arte de la contraconquista”.
David Huerta
De manera intencional, Lezama Lima opacó la frontera entre el mundo y la imaginación del poeta, el lenguaje inventa la realidad, más que describirla. Los poemas de David Huerta frecuentemente se resuelven en imágenes que son experiencias en sí mismas. En una pieza misteriosa, Huerta describe un poema de Gottfried Benn:
Una flor se deshacía en medio de una autopsia
y el doctor que había abierto el cadáverveía cómo los pétalos se atoraban en las vísceras.
Esto puede ser sólo un poema, pero captura al hablante, llevándolo más allá de sus obligaciones diarias. Es: “algo que deberé/ investigar no será fácil lo sé pero debo hacerlo”.
Si “Poema de Gottfried Benn” recuerda la violencia de “Nueve años después”, también revisita el poema más temprano en su propósito catártico. Huerta se aleja de cuestionables generalizaciones sobre la historia para concentrarse en las experiencias del individuo. Sin embargo, no se detiene ahí, Huerta dirige una fija mirada retrospectiva a la persona que es depositaria de esa experiencia. Esta no es poesía confesional y Huerta se burla del personaje autobiográfico con: “el bigote/ imperioso y solipsista, hirsuto paisaje/ de los caracteres secundarios”. Es una exploración de varios impulsos y formulaciones que forman la persona consciente e inconsciente. “Trece intenciones contra el amor trivial” es un recuento franco de aspectos femeninos de una identidad masculina. Incluye los principios creativos de un: “líquido/ terso, cristalino, que sale/ de los senos que no tengo”, pero también, de forma más perturbadora: “mujeres, mal sueño mío,/ muertas en mí – arrojadas como cabelleras”.
El yo en los poemas de Huerta es difícil de atrapar. Del mismo modo, sus relaciones con el mundo exterior, y otras personas, son fugaces. Su poesía amorosa captura la intensidad de los momentos que anclan nuestra existencia sólo brevemente. En “Plegaria“, Huerta apela por la preservación de un momento “aquí entre nosotros”:
…crece como una luz amarilla
de sol y de encendidos limones-y sabe a mar, a manos amadas,huele como una calle de París
donde fuimos felices.
Esta elaborada secuencia figurativa lleva al lector en un viaje que involucra los sentidos (vista, gusto y olfato) y los asombrosos cambios en la escala de la imaginación (del sol a limones del mar a la calle). Con todo, su misma expansión sugiere que la experiencia nunca ha sido realmente capturada. De hecho, el momento presente da pie a “una calle de París”, una memoria del pasado, y un reconocimiento de lo que se ha perdido y también de lo que se ha preservado.
Coral Bracho
Coral Bracho retoma la exuberancia verbal de José Lezama Lima, dándole una brillante sensualidad. “Agua de bordes lúbricos” está repleta de una vida acuática que es a la vez visual y táctil:
Agua de medusas,agua láctea, sinuosa,agua de bordes lúbricos; espesura vidriante -Delicuescenciaentre contornos deleitosos. Agua -agua suntuosa
de involución, de languidez.
El ímpetu puro de esta secuencia desplaza las certidumbres interpretativas. ¿De qué se trata este poema? ¿Se trata simplemente del agua, o es una metáfora de la experiencia erótica? Bracho se deleita en el poder de las palabras para convocar un mundo imaginativo mercurial. La formulación verbal de su poema no describe tanto el agua sino que se comporta como ella, imitando su fluida desatención por las categorías y los límites establecidos.
Esta díscola enumeración tiene, sin embargo, otra cara. Como en Huerta, se sugiere un hablante que busca alcanzar una experiencia que se mantiene evasiva. La avidez de la poesía de Bracho es aguijoneada por una constante consciencia de la pérdida. En “Poblaciones lejanas” una visión tentadora de la niñez es apenas vislumbrada como “los niños corren y gritan,/ como pequeños lapsos, en un eterno, enmudecido/ sepia demente”. El poema concluye, de forma característica, con una vívida experiencia sensual que apunta más allá, a un mundo que no puede ser completamente corporizado: “un gusto líquido a sal en las furtivas comisuras;/ Y esta evocada resonancia.”
Esta sensación generalizada de pérdida toma forma más explícitamente autobiográfica en el poema “Trazo del tiempo“. En este la poeta hace uso de un recuerdo de su padre, quien murió cuando ella era todavía una niña. Al tiempo que la pequeña niña se deleita “en su mirada, en su luz envolvente”, también toma el circundante paisaje rocoso, transfiriéndolo como metáfora a “Altas nubes de cuarzo, de pedernal”. No obstante, la permanencia de la roca en la tierra es sólo una apariencia en el cielo, un efecto de luz creado por un sol que se pone y que dejará a los protagonistas del poema en la oscuridad. Bracho refuerza la comprensión de que los poderes del poeta no son ilimitados.
En poemas más recientes existe la clara intención de confrontar y cuestionar el estado de ánimo, con frecuencia extraordinario, de su obra temprana. En el poema extenso Ese espacio, ese jardín, de 2003, que está dedicado a su padre, los muertos regresan: “nos miran; nos reflejan; Nos orillan/ a ver”. Bracho explora un descubrimiento hecho ostensiblemente por Pablo Neruda en el poeta del Siglo de Oro español, Francisco de Quevedo, de que: “al nacer empezamos a morir”; y que “somos parte perpetua de la muerte”. El aquí de esta vida y el allá de la muerte son invertidos conforme los muertos: “nos trazan, nos transparentan./ Como rasgos muy tenues en un paisaje”. Los poemas de Bracho siempre han estado atraídos a la fragilidad de la existencia humana. Como en Neruda, hay una cierta forma de disfrute de la experiencia de la muerte como un : “gozo que vuelve,/ nítido, [enraizado] en el colmado corazón de la vida”.
Víctor Terán
Víctor Terán es un poeta más joven que Coral Bracho y David Huerta, y que participa de una diferente tradición cultural. Terán escribe en un dialecto del zapoteco, hablado por apenas 100,000 personas que viven en el Istmo de Tehuantepec en el estado de Oaxaca. A pesar de su limitada extensión, esta región ha producido una sucesión de notables escritores. Según Carlos Montemayor, cuyo Los escritores indígenas actuales (1992), marca un momento clave en la promoción de los idiomas indígenas de México; el zapoteco del Istmo puede señalarse como el ejemplo contemporáneo más interesante de la literatura en lenguas indígenas del país.
El aspecto de la cultura indígena que más comúnmente ha atraído a la literatura en español de América Latina es su cosmogonía o visión del universo. Tanto el quiché Popol vuh como el Chilam balam de las tierras bajas mayas figuran en obras como Leyendas de Guatemala (1930) de Miguel Ángel Asturias, y en Homenaje a los indios americanos (1969), de Ernesto Cardenal. Los lectores que busquen estas formas de mitos colectivos en Víctor Terán, sin embargo, se verán sorprendidos. En “Azota el norte” el hablante musita:
Alguien desmedidamentefumó cigarrillos en el cielo,
lo dejó encapotado, lánguido.
La imagen es ingeniosa, urbana, una proyección de la frustración interior del poeta en el mundo de fuera, más que una visión sancionada por la comunidad.
Carlos Montemayor ha descrito a Terán como el poeta más “personal” de quienes escriben en zapoteco del Istmo. Esta es una aseveración significativa para alguien que escribe en una tradición para la cual el concepto de autor individual es una invención relativamente reciente. Con frecuencia, los poemas de Terán describen el vaivén de los sentimientos del hablante. Como dice su traductor, David Shook, Terán: “juguetea con el sentimentalismo sin adentrarse jamás en su territorio”. En “Seis variaciones acerca del amor“
El amores miel silvestre que mana del árbol,savia de mazorca tierna desprendida en la madrugada,savia que corre
en la huerta íntima de la mujer.
La abstracción del amor se vuelve concreta en una observación física precisa (mazorca “en la madrugada”, en vez de en cualquier otro momento), lo que guía la secuencia hacia un deseo particularmente sexual. Esta asociación de deseo sexual y ambiente físico puede tomar formas sorprendentes. En “Remolino”: “Mi corazón tendido en la cama esperándote, los ojos quietos,/ el aire enmaraña su cabellera, quietos, cuentan los cerdos/ que arremeten contra el niño acuclillado que hace sus necesidades/”. Esta no es sólo una visión no sentimental de las relaciones eróticas, sino también un retrato contundente de la cultura rural.
Gordon Brotherston, en la Cambridge History of Latin America señala: “la tenacidad de las culturas y las literaturas indígenas, contra los pronósticos que en otros lugares del mundo han probado ser, por lo general, terminales”. Esta tenacidad refleja una: “resistencia interior, la habilidad para escoger de las fuentes extranjeras y amoldarlas a los propios propósitos”. Instituciones dedicadas a la cultura autóctona como la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social ahora promueven la traducción de obras literarias occidentales a los idiomas indígenas. En un gesto que recuerda a algunas de las grandes revistas del México hispanohablante, como Contemporáneos y Taller, la revista literaria de Tehuantepec, Guchachireza ha traducido la “Oda al estudio” de Bertolt Brecht al zapoteco. La vitalidad de la literatura zapoteca es simultáneamente causa y consecuencia de su capacidad para involucrarse con otras culturas. Es una capacidad que otras culturas harían bien en tomar en cuenta.
Más allá de Octavio Paz
Octavio Paz fue el poeta mexicano más ampliamente reconocido de la segunda mitad del siglo XX. Paz saltó a la escena internacional de manera definitiva con su Piedra de sol, de 1957, cuyo título se refiere a un calendario azteca que se encuentra en la actualidad en el Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México. El acercamiento de Paz al mundo precolombino resultaba atractivo a las concepciones surrealistas de México como una tierra mítica y se le otorgó al poema el Gran Premio Internacional de Poesía en Bruselas. No obstante parece poco probable que los miembros del jurado hayan leído la obra de Paz con detenimiento. En una lectura extraña, elogiaron “el universo de piedras de Octavio Paz”.
En buena medida gracias a Paz, ahora existe una conciencia mucho más clara de la riqueza de las tradiciones literarias de México. También hay un mayor reconocimiento de que los escritores de las culturas indígenas pueden hablar por ellos mismos. Resulta inevitable que esas voces y tradiciones se vean alteradas al ser traducidas a otros idiomas. El inglés tiene un vocabulario diferente, una gramática diferente, una historia diferente. Sin embargo, el México moderno fue fundado sobre actos de traducción. Cuando Cortés se sentó y trató de encontrar palabras en español para esa otra tierra, anticipó una experiencia que quinientos años después sería un lugar común alrededor del mundo. David Huerta, Coral Bracho y Víctor Terán ofrecen, cada uno, placeres particulares, y al mismo tiempo ofrecen fascinantes indagaciones en una experiencia que podemos compartir.