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A veces sueño con salir
de la prisión de mi cuerpo
y entrar en el suyo. Aunque sea
otra prisión, no importa. Entrar
en esa red de carne, aliento, glándulas
y suspiros. Tomar el café
en la mesa de la cocina, mirarme
en el espejo, usar su maquinita
de afeitar. No digo toda una vida.
Me conformo con un relámpago
de lluvia en la ventana. Es cierto
que cuando toco su pelo o sus hombros,
me caigo adentro y pierdo todo recuerdo
de mí –pero no dura mucho, enseguida
salgo expulsado y vuelvo a mi lugar.
Aun así, qué hermoso sería
dormir toda la noche sobre su almohada.
Irme, por el hilito de saliva que cuelga
de su boca, como por un tobogán
hacia otra luz. Salir, salir de mí, eso quisiera.
Todo un fin de semana, y volver a la noche.