Antes, yo me llamaba de otro modo
Antes
yo me llamaba de otro modo
hasta que al fin te conocí
y me llamaste por mi nombre verdadero.
Entonces me di vuelta
como si hubieras corrido con tu voz
un velo, una piedra invisible, insoportable,
detrás de la cual seguía
mi propia vida, y apenas si podía darme cuenta.
Ese fue, estoy seguro
mi único y deslumbrante
bautismo de fuego
y no hubo nadie a nuestro alrededor.
Lo recuerdo perfectamente:
recién salido de la ducha
abriste los ojos y me miraste
como quien encuentra un jeroglífico
detrás de una pared
y me dijiste
-Desde ahora voy a llamarte así: Leo.
Leo, me dijiste
como si Dios
que es tan comprensivo algunas veces
te hubiera susurrado al oído
mi nombre verdadero,
ese que nadie - ni siquiera yo mismo-
podía llegar a conocer, y al hacerlo
te hubiera dicho sencillamente
-Rafita, haceme caso llámalo así, Leo
pero no como Leopardi
sino como Leonardo Di Caprio.
Sí; no te rías.
A ese nombre, tan bello y tan absurdo
obedece directamente su corazón.