Cocina del Paraíso
Había utensilios infernales en la cocina del Paraíso,
ollas dobladas de color violáceo,
hinchados tenedores en cuyos pliegues
se ensartaban saliva de arcángeles y voces deshilachadas
que provenían de la camisa izquierda de Dios.
Una sopa fue preparándose y apareció el Amor,
un caldo peregrino adornado con inflamadas escrituras
y reflejos de playa en vacaciones. El aceite se hizo fuego,
entró en los cuerpos y luego se encajó, activo, iridiscente,
en los ojos de los bienaventurados.
El aquelarre barroco se detuvo: longitudinales olores
invadieron la cocina paradisiaca,
limpios condimentos para el edificio febril
de la primavera y sus ondulaciones, abriles
de dientes florales, mandíbulas llenas de libélulas,
todo el ropaje de Eros para la Ensalada
y sus rizos, el esplendor de los acuchillados abrazos
y el mar de las manos, todo azul y multiplicándose.