Que caiga esa lluvia fina
En esta oscura verdad
que abre sus mantos y sus ebrias mareas para protegernos,
que abre sus alas tristes para ahuyentarnos,
para decir que sí,
que caiga esa lluvia fina frente al umbral;
que caiga como aleteo, como irrupción brevísima.
Como un mensajero que, empapado y ardiendo en fiebre,
viene de lejos.
Trae los pliegos, trae las palabras.
Pero el dibujo de la lluvia se extiende
y no deja oír. No deja ver
lo que está sucediendo. Y es que
lo que se acerca,
lo que nos habla
y nos agarra de los hombros con fuerza,
lo que nos grita y nos sacude es la lluvia,
es el confín que se desdibuja.
Tiritamos, ardiendo, frente a esa puerta,
frente a ese puente levadizo que nadie baja.
Nadíe se apresta a oír.
Esta verdad oscura, esta oscilante levedad
como el murmullo de un sinfín de murciélagos,
todos tanteando,
todos brotando a un tiempo en las despiertas
galerías de la sangre, todos tratando
de salir de las torres.
Para decir que sí,
que caiga esa lluvia fina contra el umbral,
que caiga sobre los muros;
que los vaya borrando.