Nueve años después - UN POEMA FECHADO
Yo aparecí en la sangre de octubre, mis manos estaban fúnebres de silencio y tenía los ojos atados a una espesa oscuridad.
Si hablaba, mi voz me sonaba como una materia desalojada,
mis huesos estaban empapados de frío,
mis piernas fluían con el tiempo, moviéndose hacia
afuera de la plaza,en una dirección extraña y sin sentido: de renacimiento,
llevándome a los espejos y las calles desordenadas.
La ciudad estaba arrasada por el silencio,
cortada como un cuarzo, tajos de luz diagonal daban
sus raciones apretadasa las esquinas, los cuerpos estaban callados y
aplastados contra su vida,pero había otros cuerpos también, pero había otros
cuerpos también.
Hablo con mi sangre entera y con mis recuerdos
individuales. Y estoy vivo.
Yo me pregunto: ¿cómo tenemos los ojos, las manos, el
cerebro y los huesosdespués de que salí de la plaza? Todo es denso,
voluminoso y fluye,después de que salí de la plaza.
El aire me decía que todo estaba quieto, esperando.
Yo me moví hacia afuera de la plaza, mi boca estaba
quemada por los recuerdos,y mi sangre estaba fresca y luciente como un anillo
continuoen el interior de mi cuerpo absolutamente vivo. Pues
me movíahacia afuera de la plaza, entero y respirando.
Respiraba imágenes y desde entonces todas esas
imágenes me visitan en sueños,rompiéndolo todo, como caballos delirantes.
Estaba en el amasijo del día el espejo de la muerte.
Y una palabra de mi vivir colgaba de un borde infinito.
Yo no quisiera hablar del tamaño de aquella tarde,
no poner aquí adverbios, gritar o lamentarme.
Pero quisiera, sí, que se viera toda una quemadura de
cóleramanchando el espejo de la muerte.
¿Dónde podría poner mi vivir, mis palabras
sino ahí, nueve años después, en esa cólera fría,
en ese animal de ira que se despierta a veces para
esmaltar mi sueñocon su aliento sanguinario?
Toda mi sangre circula por mi vivir, entera,
incuestionable.Pero entonces oí cómo se detenía, amarrada a mi respiración,
y golpeando, con el sordo llamado de su inmovilidad, golpeando
mis voces interiores, mis gestos de vivo humano,
el amor que he podido dar y la muerte que mismamente entregaré.
Luego vino el miedo a mis ojos para cubrirlos con sus
dedos helados.
Todo el silencio de mi cuerpo abría sus alveolos
frente a los cuerpos arrasados, escupidos hacia la
muerte por el ardor de la metralla:esos cuerpos brillando, sanguíneos y recortados contra
la desmenuzada luz de la tarde,otros cuerpos diferentes del mío y más diferentes aún,
porque habían sido extirpados a la vida humana por un
tajo enorme,por una vertiginosa ferocidad, por manos de una fuerza
doliente que se lanzaba, aullando,contra esos cuerpos más tenues ya que la tarde
y más y más brillantes, en mi sueño de todavía vivo ser humano.
Es verdad que escuché la metralla y ahora esto escribo,
y es verdad que mi sangre fluye de nuevo y todavía sueño
con una especie de muerta duda, y veo a veces mi cuerpo desnudo
como un espacioso alimento para la boca devoradora del amor.
¿Dónde estuvieron las ataduras de mi vivir,
mis espejos y mis días, cuando sobrevino la tarde en la plaza?
Si tomo un pedazo, una brizna de mi cuerpo para ponerla
contra el recuerdode esa tarde en esa plaza,
retrocedo asustado a mi vida como si me hubieran
golpeado en la bocalos dedos levísimos de cientos de fantasmas.
Hablo de estos recuerdos inmensos porque tenía que
hacerlo alguna vez, así o de otra manera.
Yo salía de la plaza con un vivo estupor en la boca y los ojos
y sentía mi saliva y mi sangre, vivo aún.
Era una noche fresca, dada al tiempo.
Pero en las calles, en las esquinas, en las habitaciones,
había cuerpos aplastados y sellados contra su vida por
un miedo gigantesco y amargo.Un anillo de miedo estaba cerrándose sobre la ciudad
como un sueño extraño que no cesaba y que no
conducía a ningún despertar.
Era el espejo de la muerte lo que sobrevenía.
Pero la muerte había ya pasado con sus armaduras y
sus instrumentospor todos los rincones, por todo el aire abolido de la plaza.
Era el espejo de la muerte con sus reflejos de miedo
lo que nos daba sombra en una ciudad que era esta ciudad.
Y en la calle era posible ver cómo una mano se cerraba,
cómo sobrevenía un parpadeo, cómo se deslizaban los
pies, con un silencio espeso,buscando una salida,
pero salidas no había: solamente había
una puerta enorme y abierta sobre los reinos del miedo.
Octubre de 1977