El viejo bobo se acuerda de sus comienzos
En una cocinita de ladrillos
sin revocar, sobre la mesa limpia
yo escribía mis versos.
Hiciera frío o calor, lloviera a cántaros
o no lloviera nunca. Allí estaba,
bajo una ventanita, donde la luz
en vez de entrar, salía. Viajaba
de un país a otro, de un cuerpo
a otro. Apenas 15 años
y ya no había forma de detenerme.
Escribía, escribía, sin ocupar
toda la hoja. Alegre y triste, viendo
pasar la noche, el día, sobre un espejo.
Aún puedo verme: mamá se acerca
y me dice que salga al patio,
el día está tan lindo… Y yo le digo
que más tarde, que después.
Y me vuelvo enseguida
sobre las palabras. En una cocinita
de ladrillos sin revocar y techo de cartón.
Hacía un agujero en la pared.
Por fuera, parecía a un prisionero
vietnamita, pero por dentro
las cosas eran diferentes. Andá
a encontrarme si podés. Sobre la mesa
está el libro de versos que escribí
en esa cocinita, con mi mamá en el patio
barriendo las hojas. Año tras año.
Más solo que ninguno, o para
no quedarme solo. Vaya uno a saber.
Dicen que ahí estoy yo.